Comité Canadiense para Combatir los Crímenes Contra la Humanidad
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Segunda Parte El amasijo La
columna de John Argerich PELIGROS
QUE ASECHAN AL EMIGRAR
Lo
que se dijo antes Harto
de fracasos, Cachirulo Vieytes viaja a Neva York para buscar amor y dólares.
Pero allá la cosa no es fácil, y el proyecto anda a los tumbos. Por fin,
una dama vestida con decoro poco usual lo detiene en la vía pública diciéndole:
-Seguime,
que te conviene, extranjero… -o0o- Continuación: En
vista de tal convite, aquel valor se estremeció. ¡Capaz que esta vuelta
se daba la martingala! Así que no opuso resistencia al factor sorpresa.
Ella lo tomó del brazo, y empezaron a caminar. Primero despacito, luego
cada vez más rápido. Hasta que agarrados de la mano, casi volaban sobre
esas sucias veredas color gris. Papeles por todas partes, tachos volcados,
gente durmiendo en los portales. Ratas, moscas, y gatos de albañal. Un
espectáculo poco congruente con lo que vemos por televisión. ”La cara
sucia del capitalismo” pensó Cachirulo, que era zurdela, como todo tipo
bien. Pero su sorpresa estaba condenada a no conocer límites en la urbe
monumental. La nami tan silenciosa, que de no haber iniciado el levante,
pudiera pasar por muda. Mas con paciencia, todo llega. Así es como, de
pronto, se pararon frente a una puerta. Ella dio tres golpes con los
nudillos, e hizo aparición una figura extraña. Como sacada de ”El
jorobado de Notre Dame”. Un hombre sin dientes, con
olor indescriptible, mezcla de tabaco, transpiración y alcohol.
Sus ojos brillaron, al ver a los recién llegados. -¿Es
el elegido? –dijo. -Si
–repuso ella. -Entren,
sin perder tiempo. De
pronto, ajeno al despiole en que se metía, Cachirulo sintió que lo
aprisionaban muchas manos. Y encendiéndose las luces, surgieron caras
ansiosas. Pero eso no era todo. Por todas partes había cruces invertidas,
y estampas de Lucifer. -¡Castración!
–gritaba la multitud, mientras dos ursos vestidos de colorado blandían
sendas navajas. Cachirulo
quiso zafarse, pero todo fue inútil. Por fin, lo acostaron sobre una
mesa, mientras dos viejas le arrancaban los pantalones. -¿Y
con ésto a quién le ganás? –dijo una, sacudiendo sin respeto su signo
de identidad. La
escena puede provocar risitas, pero fuera de toda joda, el fato pintaba
mal. Los presentes empezaron a cantar, y bailaban alrededor de la víctima
propiciatoria con espasmos histéricos. Vieytes sintió pavura, y ya
estaban por empezar los pinchazos de precalentamiento, cuando ocurrió el
milagro. Sin anuncio previo, irrumpió al local un piquete de hombres con
capuchas y buzos negros. En sus espaldas, la sigla temida :”F.B.I”. Y
abrieron fuego tipo far-west. Después, el jefe del grupo dijo: -¿Quién
vive? La
respuesta fue un silencio profundo, sólo interrumpido por los suspiros
ahogados del cautivo. El héroe
lo vió, sorprendido con la escena. -¿Y
vos qué estás haciendo en pelotas, desfachatado de mierda? –dijo. Fue
dificil explicarle lo ocurrido en mal inglés, porque los héroes no son
nunca hispanos. Pero al fin Cachirulo quedó en libertad. Se había
escapado por un pelo, de no tener que buscarse una mina nunca más. Y
cuando pudo gambetear otra vez el empedrado, salió corriendo. Sin rumbo,
sin mirar a los costados, sin parar. Pero Manhattan es una isla, donde
pronto le cerrarían el paso las aguas turbias del East River. Había un
biógrafo, y entró, sin importarle un corno lo que daban. ¡Su reino por
una butaca, donde despatarrarse piola! Pero sintió añoranzas por
las animadas tertulias del club social, allá en su barrio. Todos
fumaban, como es costumbre en los cines yanquis, así que, siendo abstemio,
al ratito empezó a toser. Yeta, porque justo cuando Batman ponía
en fuga al monstruo interplanetario, tuvo que salir a respirar aire fresco.
Y como para entrar hay que pagar de nuevo, minutos más tarde estaba
ejerciendo otra vuelta el triste oficio de peatón. Puso rumbo al suroeste,
y de pronto se sintió encandilado por tanta claridad. Eran las luces de
Broadway, que siempre quiso conocer. Visto lo cual se echó para trás el
jopo, sacando pecho con una clase que hubiera dejado pálido al finado
Valentino. Y seguro estaba diez puntos, porque enseguida se le puso a tiro
una percanta más linda que lunes sin laburar. -¿Hablás
la castilla? –preguntó. -Yes
–dijo él, para exhibir su cultura idiomática. -Ya
te vi pinta de argentino… -¿Por
qué, che? -El
porte internacional. -¡Explicáte!
–repuso Cachirulo, con cierta curiosidad. -Te
lo digo en dos palabras. Se visten estilo inglés, gesticulan como
italianos, y llegado el momento de bancar la dolorosa, muestran su hilacha
de moishe cruzado con catalán. -Si
eso te rompe los cocos, ¿por qué no te borrás? –dijo él, engranando. -Al
contrario… -repuso ella- ¡Vds. me encantan! ¿Qué te parece si nos
conocemos mejor? ”¡La
paponia…!” –pensó Vieytes- ”¡A la final, me se dió!” Y
poniendo cara de estar en onda, repuso: -Te
invito un cacho a mi hotel. -Fuera
de área –dijo ella- Acá están los pibes de Tony Mugnola, para
asegurar tranquilidad. El
loco no entendía mucho, pero malhaya andar preguntando, como payuca por
Santa Fe. Al ratito, entraban a un tres estrellas, sobre una calle lateral.
La joda iba a salir cara, pero todo fuera por meter su primer pepino en
Nueva York. Del laburo se iba a ocupar después. -Por
acá, señor. Una
habitación preciosa, con todas las comodidades del confort moderno. ”¡Al
fin solos!”, pensó él. De entrada, palabras lindas, más tarde unos
arrumacos, y ya estaba el encuentro a punto de caramelo, cuando ella dijo
sin preavisar ninguna doble intención: -Ahora
sosegáte, que la segunda parte del match son trescientos verdes. Imposible
pensarlo más, con tanto entusiasmo. Cachirulo metió la mano al
bolsillo, pero los del FBI le había afanado hasta el último morlaco,
antes de largarlo. Y de nada sirvieron promesas de pronto pago ni la
tarjeta de crédito. Aquella desalmada sólo estaba dispuesta a continuar
el romance contra transferencia de divisas. Nuestro hombre sintió que sus
sueños se iban a las cloacas. Y empezó a gritar de puro histérico,
repartiendo patadas contra las paredes. La cosa debe haber durado un buen
rato, porque se llenó de gente en la puerta. Hasta que por fin aportaron
dos señores vestidos de blanco, con gesto decidido. -¡Hacete
el loco, ahora! –dijo uno, mientras le ajustaba el chaleco de fuerza. Entonces
Cachirulo conoció la parte bruta de Nueva York. Lo metieron en una
ambulancia, y ésta se fue tocando la sirena, hasta el manicomio.
Y allí estuvo varios meses, sometido a duchas heladas y potente
medicación. Hasta que cierto día apareció un gordito pelirrojo de facha
desconocida, y le dijo que
según la computadora, ya
estaba bien. ¡Qué alegría! Pero ésta duró poco, porque en vez de
ponerlo en la calle, lo vino a buscar la policía migratoria. Se le habían
vencido los tres meses como turista, sin regularizar su situación o rajar
del país. Y eso es un delito grave aquí, motivo por el cual fue llevado
ante el juez. -Tres
meses de reclusión –dijo éste, con cara de enojado- ¡Todos los
extranjeros son iguales! Vienen a aprovecharse de nosotros, como que fuéramos
una agencia cogedora de caridad. (Nota del traductor: ”fucking charity”,
dijo el magistrado) Ese
tiempo pasó rápido, mirando TV en español. Pero cuando llegó la
ansiada libertad, volvieron las galletas. Sin importarle a nadie un pepino
sus proyectos, lo metieron en un celular, para llevarlo derechito al
aeropuerto. Deportado por indeseable, el pobre. Más viejo, seco como
lengua de loro, y sin un amor que echar de menos. Ni siquiera equipaje tenía
ya, después de pasar por los vericuetos del sistema. ”América
para los americanos”, recordó que decía la célebre frase de Monroe. Y
entonces le vino al coco otro pensamiento profundo: ”¡Mejor así!”. Sea
como fuere, subió al blanco jet y le quitaron las esposas. Entonces pudo
disfrutar de un viaje de novela. Exquisitas viandas y atención señorial.
Con unas azafatas que daban ganas de volar toda la vida. -¿Se
le ofrece algo más, al caballero? Fueron
nueve horas de placer, tras tanta incomodidad en las
mazmorras que Nueva York reserva a los indeseables. De pronto, el
altoparlante anunció que aterrizaban en Ezeiza. Miró por la ventanilla,
y pudo ver un gran letrero de aluminio con la inscripción
”Bienvenidos” -¿Me
sacás una foto, junto al cartel? –le preguntó a un pibe, que iba de cámara
al cogote. -¿Cuál
cartel? Cachirulo
se volvió para mirarlo, pero sólo quedaban los postes. Algo más allá,
un grupo de linyeras corría llevándose un rollo metálico. -¡Estamos
en casa! –pensó Vieytes. ¡Hogar, dulce hogar!
Copyright: John Argerich, 2002 Segunda Parte ****************************************************** G Comienzo © Comité Canadiense para Combatir los Crímenes Contra la Humanidad |