Comité Canadiense para Combatir los Crímenes Contra la Humanidad
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El amasijo La columna de John Argerich
LA GUERRA DE BRUTLANDIA CONTRA BESTIUNIA (Donde
se habla de whisky y dátiles bien frappé) Por: John Argerich Había
una vez un país muy grande, llamado Brutlandia, que tenía pocos amigos,
pero una montaña de dólares y barras de oro guardadas bajo tierra. Con
las cuales se había comprado, entre otras cosas, miles de aviones,
tanques, bombas y submarinos. Su presidente era un cowboy de nombre
Jorgito, el Jorgito Puch, que aún le dicen en el barrio. Y venía de una
familia muy bien relacionada. Todos eran millonarios, mafiosos, estrellas
de cine o gobernadores. Pero él era un intelectual, y aquellas
actividades le importaban un belín. Empezó su trayectoria jugando al fútbot
yanki, ese en que los jugadores se revientan a patadas y castañazos para
meter un gol. Así pudo cursar una carrera universitaria, pues en su país
lo que importa no es estudiar a fondo, sino ser un astro del equipo
oficial. O sea, los que aprueban sus exámenes por teléfono, sin ir nunca
a clase, ¿total, para qué? Y era tan grande su pasión por el deporte,
que después de colgar el título se hizo corredor de carreras matinales
en solitario. Aunque debiera correr acompañado por una barra de
guardaespaldas, porque mucha gente no lo podía
tragar ni con soda, al loco. Cosas de la política, vista la bronca
que dejaron tantas cagadas con que adorna su curriculum vitae.
-¿Pa
campeón de truco hubiera sido bueno, el desgraciado! –decían los
miembros del círculo más íntimo.
Además,
el Jorgito era envidioso. Su papá fue un capo di tutti capi, que manejaba
los destinos del país con mano de hierro.
Pero el viejo dejó algunas cositas sin terminar. Ahí es donde su pibe
iba a lucirse. -Good
boy…! -decía el papá. Mas
resulta innegable que la bronca de los extranjeros por el
purrete era bestial. Más que nada en América Latina, Europa,
Africa, Asia y Oceanía. Para no mencionar
la Antártida, donde con el tornillo que hace, la gente se calienta
bien poco por los vaivenes del quehacer político. Pero había un país
llamado Bestiunia, donde le tenían rejuntada la bronca más grande del
mundo. Con su presidente, un turco de apellido Hussini, a la cabeza. Y el
fulano era rencoroso, la verdad. La última vez que se trenzaron ambas
potencias, fue con el papi de Jorgito, que le dejó el país hecho polvo
por una güevada cualquiera. El
turco no se la perdonó nunca. Le había jurado la vendetta musulmana, que
consiste en hacerlo pomada sin reparar en las consecuencias. O sea, como
la maffia, pero puteando en árabe. Entonces Hussini ahorraba todas sus
rupias para comprar los armamentos más
sofisticados que estuvieran a su alcance. Y formó catorce imbatibles
divisiones de caballería armadas con lanzas,
flechas, y sables corvos, que iban a llevar su bandera con la media
luna hacia el oeste, como en su día lo hizo el jefe de los unos. O
de los otros, que igual hubiera dado. Lo cierto que es que el maldito
tirano amarrocaba hasta el último dólar que le redituaban sus
exportaciones de petróleo. Pues bien sabemos que en el Medio Oriente otra
cosa no hay para vender. ¿Y qué hacía con la mosca?
¿Construir mezquitas? ¿Tirársela en los casinos del Caribe? ¿Prestársela
a la Argentina al 75% de interés anual? No, mi amigo, no sea papafrita y
avívese de lo que sapa en el globo terráqueo. El hijo de una mala noche
metía la polenta en trabajos de investigación científica. Y el
resultado pronto estuvo a la vista. Sus sabios habían logrado aislar al
bicho que produce el resfrío
estornudoide, ese flagelo que deja a un laburante honesto toda la
semana en casa con una palma mundial, y que el patrón se joda,
nomás. Entonces los adversarios de Hussini decían que pensaba
llevar la guerra bacteriológica a Manhattan, y sus amigos,
que el fato era solamente para producir una vacunita, así los
colimbas no se le resfriaban antes de presentar combate. Sea como fuere,
el tema llegó pronto a oídos del Jorgito Puch. -¡Llamen
a las Naciones Unidas y díganle al caporale que si no condenan al turco,
la biaba se la doy solito! -¿Al
turco, o a las Naciones Unidas? -
¡A todos, carajo, que para eso somos la superpotencia hegemónica! O como
decía Juan Liendo: ¡No pregunto cuántos son… digo que vayan saliendo!
–repuso el presidente, mientras se mandaba a la bodaga un whiskicito
estilo Far West. O
sea sin soda, y fumando un cachimbo de marihuana. Producto nacional que
reemplaza ventajosamente las importaciones, dado el progreso que han
tenido los huertos domésticos. ¡Ni pensar, en
porquerías traídas de Sudamérica, che! -¿Ajá?
– dijeron los consejeros mientras leían Playboy, salvo un
puertorriqueño que hojeaba ”El amasijo in English”. Pero
Jorgito lo vió. -¿Qué
está leyendo, carajo? –preguntó el presi. -The
Amasijou, Sir. -¡Detengan
a este comunista de mierda! –rugió el líder, a dos marines que hacián
guardia con ropa de camuflaje. Se
armó una rosca de sanputa, porque los soldados eran heroicos, pero el
hispano tampoco se dejaba tocar el culo. Así que a la final, lo bajaron
de un balazo en la zabeca, como se estila allá. -¡Limpien
el piso, y sigamos hablando del turco Hussini, que debo irme a jugar al
golf! –dijo el mandatario. Sus catorce divisiones de caballería me
preocupan, che… -¿Y
del ataque bacteriológico qué me dice, señor? –preguntó una morocha
que estaba rebuena y lo asesoraba en asuntos delicados. -Que
basta un misil para que nos revienten. -Misiles
no tienen, señor. -Un
ataque con submarinos, entonces. -Tampoco
tienen, su marina de guerra está compuesta solamente por barcos pesqueros
con bandera de combate. -¡Peligrosísimo!
–gritó un general -La
verdad, que si… -repuso, sombrío, el presidente- ¡Es preciso actuar en
legítima defensa! Si se nos resfría la población, Brutlandia va a
paralizarse. -El
problema no me parece tan grave… –opinó un miembro del lobby de
productos medicinales, frotándose las manos. Pero
el horno no estaba para mesejante bollo. -¿Les
tiramos la atómica? –preguntaron dos consejeros. -¡No,
que es cara, y mejor guardarla para la próxima guerra! –repuso Puch-
Manden mil quinientos aviones de bombardeo, y háganle mierda todo
lo que mi papi dejó en pie. La Secretaría de Inventarios informa que
tenemos superproducción de explosivos, y hay que usarlos, porque puede
caer el precio internacional. -¡Eso
sí que es peligroso! Respondió a coro el grupo de asesores. Mientras
tanto, el miserable tirano Hussini fumaba su pipa de opio, deleitándose
con el espectáculo de unas locas bailando con la panza al aire. A su lado
había dos fuentes llenas de dátiles del desierto fresquitos, cosechados
por los ingenieros del Batallón Héroes de Mustafá. -¡Qué
ricuritas! –dijo el malvado, mientras su rostro se descomponía en una
mueca inmunda de placer. -¿Se
refiere a los dátiles, excelencia? –preguntó un califa amigo. -¡Rajá,
boludo! –dijo el tirano, son las odaliscas las que me dan hambre… -¿Le
traemos su cajita de Viagra, entonces? -Ahora
no, porque debo planear una guerra de agresión contra la inocente
Brutlandia. -¡La
vida por Bestiunia! –exclamaron, a coro, los terroristas de su entorno. Pero
nadie imaginó que en el techo del despacho había un micrófono puesto
por la CIA, excedente de la operación Watergate. -¡Manden
los aviones, che! –gritó Jorgito, al escucharlo. -¡La
vida por Brutlandia! –repuso en pleno el equipo presidencial. -¡Manden
también la infantería de marina, y cinco mil tanques! –agregó la
morocha, mientras se estiraba las medias,
mostrando unas gambas de órdago. -¡Qué
sexi sos! –pensó el Jorgito- Cuando se vayan estos paparulos te bajo la
caña, como hacía Bill con la secretaria. -¿A
qué hora será el ataque? -A
la hora H –repuso el presi, medio confundido y con toda la mostaza en el
coco, por culpa de ese minón. -¿Y
cuál es la hora H, señor? -¡Déjese
de hacer preguntas boludas, y vaya a laburar, carajo! -estalló el
mandatario, ansioso ahora por atender berretines más urgentes que la
guerra con ese turco de mierda. -Entonces,
le dejo la valija roja, con el botón. -Okey,
pero tómense el espiante, que debo leer la Biblia. -¿Yo
también, jefe? –preguntó la nami. -No
mijita, a Vd. la necesito para meditar –repuso él. Mientras
tanto, en la capital de la lejana Bestiunia, el maldito tirano Hussini se
cansó de tanta charla. -¿Cuándo
atacamos? -A
la hora H –dijo Hussini. -¿Y
eso cuándo es, excelencia? -¡Fuera
de aqui, o seréis desollados vivos! –gritó- Sólo la rubiecita del
ombligo pintado puede quedarse, que debemos conversar. Y
se hizo un silencio tenso. -¡Viva
la patria! –gritaban las tropas, a ambos lados del océano. Por
causa de tan nutridos compromisos presidenciales en los extremos del mundo,
la paz se ha salvado unos días más. THE ENDCopyright:
John Argerich, 2002
La
reproducción total o parcial de este artículo es libre, mencionando la
fuente, con aviso al autor. La serie ”El amasijo” se publica regularmente en dieciocho medios de siete países, y tiene una versión en idioma inglés.
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